por Carlos Pissolito
Luego de casi 6 meses del inicio de la pandemia del COVID19 y de más de tres de cuarentena en la República Argentina, el gobierno se enfrenta a la necesidad de un cambio de estrategia. Pues, si la cuarentena ha sido una medida necesaria, es una -meramente- defensiva. Y para ganar esta “guerra” hacen falta medidas ofensivas. A saber:
El maestro Sócrates aconseja al Alcibíades, el soldado por Marcello Bacciarelli. |
- Niveles de aislamiento diferenciado por regiones, provincias, ciudades.
- Una estrategia para el uso inteligente de los testeos a los efectos de conocer sus vías de expansión.
- Uso de tecnología digital como la App “Cuidar” para reforzar lo anterior.
- Mejor protección y apoyo al personal de salud/sanidad.
- Reforzar la vigilancia de fronteras.
- Buscar nuevas formas para reactivar la producción de bienes y servicios y de tal forma impulsar la reactivación de la economía.
Pero, es la ideología del progresismo predominante en los decisores del gobierno es lo que dificulta tales tareas. Ya que su postura se basa en dos postulados erróneos:
1ro El igualitarismo de la Revolución francesa.
2do La distribución de la pobreza como una virtud.
Propender a la igualdad puede parecer, en principio, algo bueno; pero es absurdo cuando se obliga a que todas las actividades, en todos los ámbitos de la Nación se desarrollen en forma uniforme y bajo el mismo criterio, dada la diversidad de situaciones y de las diferencias en la expansión de la pandemia; así como de sus diferentes capacidades para enfrentarla.
El caso resulta peor, cuando se impulsa como un remedio universal a ello a la pobreza generalizada. Siendo que la doctrina política del Justicialismo no ordena que se exija a los ricos la cesión de sus riquezas, sino que hagan un buen uso de ellas. Para lo cual el Estado puede intervenir mediante un buen esquema impositivo exigiendo a cada uno según sus posibilidades y no con un sistema igualitarista como el actual que grava todo tipo de actividad y a todos por igual.
La desigualdad de las situaciones y de la posesión de las riquezas no implica que se descuide la atención de las necesidades básicas de los pobres. Tampoco, que el Estado borre las distinciones del principio de subsidiariedad como en el caso Vicentín e intervenga una empresa privada sin tener en claro las exigencias del bien común.
Como vemos, las lógicas tensiones entre la riqueza y la pobreza y entre los bienes públicos y los bienes privados no se resuelve con la teoría “del todos por igual”; sino a través de la asunción de la desigualdad natural entre las situaciones y entre hombres, donde siempre para obrar bien hay que haber conocido, antes, bien la realidad.
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