As I Please...
por Martin van Creveld
Los intentos de explicar el fenómeno varían. Una escuela de pensamiento dice que el coronavirus está obligando a más personas a pasar más tiempo en casa, donde están en contacto cercano, a veces ineludible, con sus cónyuges, aparentemente, no tan agradables. Las personas se ponen nerviosas entre sí, lo que lleva a la violencia. Otro se centra en las dificultades económicas que el virus ha contribuido a generar en muchos casos. Las empresas han cerrado, los empleados han sido despedidos. Nada como la penuria o el miedo a ella, para hacer reñir a la gente.
Respaldada por dos décadas de investigación e innumerables publicaciones que escribí sobre varios aspectos del problema y siempre asumiendo que los datos son genuinos y no falsificados o manipulados por todo tipo de feministas; tengo otras dos explicaciones que ofrecer. Una es que las mujeres que, por cualquier motivo, no les agradan sus cónyuges varones o sus conocidos, han aprendido a aprovechar el sistema y hacer que funcione para su propio beneficio. No solo por causas legítimas, sino para saldar todo tipo de cuentas, obtener indemnizaciones, explicar cómo quedaron embarazadas y, simplemente, llamar la atención sobre sí mismas. Confiados en que no serán castigados —las regulaciones emitidas por el Ministerio de Justicia de Israel en realidad prohíben a los fiscales procesar a las mujeres acusadas de presentar acusaciones falsas— hacen lo que les place. Por denunciar que una mujer los golpeó, los hombres pueden ser y han sido arrestados. Por atreverse a defenderse en los tribunales, han sido execrados. Como, por cierto, también lo han sido sus abogados.
En segundo lugar, durante décadas los hombres han sido humillados y discriminados. Todo comienza en el jardín de infantes, donde a los niños pequeños, apenas sin pañales, se les enseña que las niñas son sacrosantas y que nunca deben ser molestadas o tocadas de ninguna manera. Incluso ante la provocación. Continúa en la escuela donde a los niños, sometidos a “educación sexual”, se les enseña que son, todos ellos, potenciales violadores; continúa a lo largo de la vida de los jóvenes (y no solo de los jóvenes). Algo tan defectuoso, tan unilateral es parte de la “educación” en cuestión que, habiéndola recibido, un chico de dieciséis años que conozco nunca había escuchado la palabra sífilis.
Cuando llega el momento de ser reclutados, los hombres israelíes cumplen treinta y seis meses, las mujeres israelíes apenas veinte. Para una mujer, escapar por completo del servicio militar obligatorio, también, es mucho más fácil. Todo lo que tiene que hacer es declarar que es religiosa. Una vez hecho esto, los militares tienen prohibido realizar un seguimiento y un control. En gran parte debido a la debilidad física de las mujeres, las armas de combate están formadas, casi en su totalidad, por hombres. Aparte de un puñado de pilotos, ninguna mujer de las FDI ha sido enviada a luchar en territorio enemigo donde, que el Cielo no lo quiera, podría ser tomada prisionera y tratada como a menudo lo han sido las mujeres cautivas. Por el contrario, una gran proporción de los espacios cómodos, principalmente en inteligencia y en administración, están ocupados por mujeres. En proporción a su número, a las mujeres también, les resulta más fácil ganar un ascenso. Mientras que a los hombres se les llama a menudo para el servicio de reserva, en el caso de las mujeres esto apenas ocurre. En los cuarenta años que pasé enseñando en dos universidades israelíes diferentes, ni una sola estudiante faltó a una sola clase por ese motivo.
En su boda, los hombres judíos deben firmar un documento estándar conocido como Ketuba. Les obliga a proporcionar a sus novias "comida, ropa y satisfacción [sexual]"; una mujer, por el contrario, no tiene que comprometerse con nada. Mientras dure el matrimonio, la opinión pública siempre da a las mujeres la opción de no trabajar; mientras que los hombres que no trabajan y/o alimentan a sus familias pueden esperar ser tratados con desprecio. Los hombres trabajan más horas y en trabajos más duros, sucios y peligrosos que las mujeres. Las mujeres se jubilan a una edad más temprana que los hombres.
Cuando llega el momento del divorcio, en Israel como en otros países “avanzados”, dos tercios de todos los divorcios son iniciados por mujeres, es muy probable que los padres de niños pequeños, en particular, pierdan la custodia. Lo hagan o no, lo más probable es que paguen. Como muestra la existencia de anuncios dirigidos, específicamente, a tales hombres, no pocas veces hasta el punto en que se quedan, prácticamente, sin un centavo. Y no es raro que sus cónyuges estén mucho mejor que ellos. Como muestran los casos —y hay bastantes— en que los hombres, después de haber matado a sus cónyuges, no intentan escapar sino que se entregan inmediatamente o se suicidan, algunos de ellos están siendo llevados a la desesperación, incluso a la locura.
Pero nada dura para siempre. Como les he dicho varias veces a mis lectores, soy hegeliano. Con eso quiero decir que veo la vida social —la historia— como un desarrollo, no en línea recta sino en un zig-zag: acción, reacción, acción, etc. ¿Podría ser que el aumento —suponiendo que sea real y no sólo un producto de la propaganda feminista— del femicidio sea, al menos en parte, una reacción a la forma en que Israel, una sociedad occidental, ha tratado (mal) a los hombres durante las últimas décadas?
No se me malinterprete. Me opongo tanto al femicidio como el viricidio (1), un término que nadie más parece estar usando. Espero con ansias el día en que la vida social mejore hasta el punto en que se los elimine, al igual que la pena de muerte. Mientras tanto, sin embargo, el mundo es lo que es. Como parecen mostrar las tendencias, en sus ataques contra los hombres, las mujeres, con las feministas a la cabeza, han ido demasiado lejos. Teniendo en cuenta que solo los hombres pueden defenderlos de otros hombres, no es nada inteligente.
Traducción y notas: Carlos Pissolito
Notas:
(1) La palabra "viricidio" no existe en el idioma castellano. De hecho la palabra "homicidio" debería bastar; ya que la voz latina "homicidĭum", se compone de "homo", que significa ser humano y de caedere, "matar"; de modo que, literalmente, se traduce en: "matar a un ser humano". (N.T.)
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