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sábado, 8 de enero de 2022

SAN MARTIN: La ÚLTIMA de los CHATARREROS


Oleo de Juan Manuel Blames. "La Revista de Rancagua". 1870. Museo Historico Nacional



por Carlos Pissolito


El gran jurista e historiador, Enrique Diaz Araujo, ideó la denominación de “Los Chatarreros” para aquellos historiadores/periodistas que se dedicaban a hurgar en la vida del Grl don José de San Martín en busca de puntos oscuros. Como no los encontraban o sólo daban con teorías poco fundamentadas sobre su origen, intenciones políticas, vida íntima; procedían, simplemente, a dar sus dudas por seguras.

Que había sido masón, agente inglés, mal militar, etc. eran las más comunes. Esta corriente no se detiene y sigue, hoy, con un lamentable artículo escrito por el periodista autónomo (como el mismo se denomina), Carlos Campana, del diario mendocino  “El Ciudadano” sostiene la tesis de que San Martín habría sido un buen ejecutor de órdenes superiores, sin mayor mérito que el haberlo hecho bien. 

Llama mucho la atención, cuanto el Directorio puede considerarse una de las instituciones políticas nacionales más controvertidas, tanto que condujo a la anarquía del año 20, lo que lo ubica lejos de un modelo de perfección política, por un lado. Y, por el otro, si algo caracterizó a San Martín durante su vida pública fue su negativa a obedecer órdenes que no consideraba conducentes como lo demuestra su negativa a continuar a cargo del Ejército del Norte y la de regresar de su campaña libertadora cuando ese mismo directorio se lo ordenó, como veremos más abajo.

En pocas palabras, Campan dista de ser original. Ya Rodolfo Terragno había argumentado que el Plan Continental no era de San Martín sino de un oscuro militar escoses, llamado Thomas Mitland. Ambos tienen por finalidad bajarle el perfil a nuestro héroe máximo, el Grl José de San Martín. 

Particularmente, Campana incurre, no sólo en errores históricos sino, también, conceptuales. A saber:

1ro Nunca un plan por sí solo, por brillante que fuera, ha ganado una guerra ni siquiera una campaña. La Historia, en general, y la Historia militar, en particular, está llena de estos ejemplos que lo demuestran. Baste citar uno muy conocido como las largas luchas entre Francia y Alemania y que conocieron muchos planes. Uno de los más famosos fue el Plan Schlieffen para derrotar a Francia. El mismo era excelente, incluso estuvo muy cerca de conseguir la victoria, pero falló en su cometido, por una suma de detalles mal ejecutados. Por el contrario, el Plan Amarillo germano tuvo éxito en los inicios de la 2da GM. No porque fuera un mejor plan, sino porque los germanos fueron más cuidadosos en su ejecución en base a sus experiencias de la guerra anterior. 

Las elucubraciones de Campana se basan en “Instrucciones Reservadas que deberá observar el Capitán General don José de San Martín en las operaciones de la campaña destinada a la reconquista de Chile” que el Coronel Mayor, José de San Martín habría recibido mientras se desempeñaba como Gobernador Intendente de Cuyo y preparaba al Ejército de los Andes para su campaña. Nosotros no negamos la existencia de las mismas, solo la valoramos desde la Estrategia, una ciencia auxiliar de la Historia y que como tal tiene por objeto estudiar el uso de medios militares para obtener un fin político. 

Desde el arranque el autor yerra en varios puntos. Empezando por el hecho de fue el propio San Martín quien insistió en que se descartara la vía del Norte y en la que ya se había fracasado varias veces. También, que fue el propio San Martín el que insistió en ser nombrado en Cuyo como la base inicial para su plan. 

Este es un punto importante, ya que para el autor y citando esas instrucciones, éstas habrían sido: “La consolidación de la independencia de la América de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli y la gloria a que aspiran en esta grande (sic) obra las Provincias Unidas del Sur, son los únicos móviles a que debe atribuirse el impulso de la campaña…”

Con ello no se deduce un claro objetivo político, mucho menos una maniobra estratégica para lograrlo. Pues, es sólo una vaguedad retórica inconducente; ya que como debemos recordar el objetivo de San Martín era derrotar al poder político español en la América del Sur con sede en Lima. Y para lo cual debía trasladarse -dadas las grandes distancias- en forma marítima, por lo que imprescindible conquistar un puerto sobre el Océano Pacífico.  Lo que implicaba liberar, primero, a Chile del dominio español. Claro que había un gran inconveniente geográfico: la Cordillera de los Andes que debía ser atravesada con una fuerza militar que, aún, no existía.

Nada de eso aparece, ni por asomo, en las instrucciones reservadísimas y que habrían iluminado militarmente a un corto San Martín. 

Sólo si lo pensamos en estos términos es que lo ideado y realizado por San Martín cobra su verdadera dimensión. Una que ha sido reconocida en forma universal. No en vano las campañas del Libertador son estudiadas en las mejores academias militares del mundo (incluida la norteamericana de West Point y comparadas con otras similares como el cruce de los Alpes por parte de Anibal en su lucha contra Roma y del joven Napoleón en su campaña en el Norte de Italia. 

2do Se le atribuye el mismo al Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón la autoría de estas instrucciones. Sin negarle sus méritos en ese rol, hay que reconocer que éste no fue completo; ya que debió renunciar a su puesto antes de que el Plan Libertador se completara. Sin mencionar el importante hecho de que no pudo cumplir con todas sus promesas hechas a San Martín. Tan grave fue este incumplimiento que podemos afirmar que si la campaña libertadora de Chile fue, eminentemente, una empresa a cargo de las Provincias Unidas del Río de la Plata; la de Perú solo pudo ser concretada por el decisivo apoyo financiero y militar prestado por el gobierno de Chile. 

3ro De la lectura del supuesto plan sólo se deducen generalidades políticas, mayormente consistentes en una orientación a su accionar poco conducentes a la hora de ejecutar una operación militar. Por ejemplo, se le recomienda al Libertador que: “Se celará no se divulgue en él ninguna especie que indique saqueos, opresión, ni la menor idea de conquista, o que se intenta conservar la posesión del país auxiliado”.

Obviamente, que las instrucciones emitidas por el Directorio son lógicas. Pero, en rigor de verdad, son una verdad de Perogrullo y no cabía otra cosa. Estaban a la vista los desmanes producidos por los primeros ejércitos patriotas que habían causado una muy mala impresión tanto en al Alto Perú como en el Paraguay que terminaron con la ruptura de esas provincias con Buenos Aires. 

También,  el autor habla de "detalles tácticos" que son los habrían quedado a cargo del Libertador, con lo que incurre en una ignorancia supina sobre los niveles de la conducción militar. Pues, la táctica es el arte militar destinado a gobernar las pequeñas acciones bélicas a los que se denomina “combates”. Generalmente, a cargo de rangos militares inferiores. Mientras que a los grandes de los denomina “batallas” y a su sucesión consecuente y decisiva, “campaña” y que son el objeto de la estrategia, no de la táctica. La que es conocida como “el arte del general”. 

4to Una cita traída a colación por el autor debería alertar sobre el hecho de que fue el propio Directorio quien no dio cumplimento a sus propias instrucciones. En ellas se leía:  “la conservación de la fuerza procedente de estas provincias será siempre la que inspire mayor confianza en la terminación feliz de la campaña. Se evitará por lo mismo cuanto sea posible su desmembración en pequeñas acciones. Se adoptará con preferencia la guerra de recursos, y las armas sólo se empeñarán en los lances de absoluta necesidad, evitando todo combate cuanto sea posible, al principio de la campaña”. 

Como sabemos fue ese mismo Directorio, en la persona de José Rondeau, quien le ordenó “repasar la Cordillera” a San Martín, ya en Chile, para usar su fuerza militar para la represión de la sublevación de los caudillos federales de la Liga del Interior circa 1920. A lo que el Libertador se negó a cumplir; ya que continuó con su campaña como él la había previsto. 

Con este sólo y último punto basta para ejemplificar, en forma magnífica, nuestra argumentación y derretir la chatarra al respecto. Campana dice como su conclusión final que: “De esta manera, podemos decir que el mayor mérito que tuvo el General José de San Martín fue cumplir con maestría absoluta cada uno de los objetivos de aquel plan”.

No sólo no fue así. San Martín nunca fue un fiel cumplidor de órdenes o de directivas políticas absurdas. Hay varios episodios de su vida pública que lo muestran en esta postura crítica. Era una persona que sabía cuándo y cómo decir que no. Probablemente, la más destacada entre ellas sea lo seguido tras su desobediencia a “repasar la Cordillera”. Cuando al saberse falto de legitimidad política, pues acababa de insubordinarse, recurrió al expediente de la “acclamatio” (2), cuando se hizo confirmar en su puesto por los mandos del Ejército Libertador en ocasión del Acta de Rancagua (02 Abr 1820).  

Finalmente, queda resaltar el espíritu chatarrero de quien escribe estas líneas, alejado de los grandes textos históricos y apegado a la búsqueda de una pobre y corta notoriedad. Por suerte, al margen y más allá de los documentos históricos, están los hechos históricos. Estos nos gritan que San Martín fue el conductor que contra viento y marea nos dio la Independencia, no solo a nosotros, los argentinos, también a Chile y a Perú. Si este personaje de carne y hueso, no de bronce, no hubiera existido, seguramente, otro gallo hubiera cantado y no habría sido el de la libertad americana. 

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Notas no académicas:

  1. No siempre la reconstrucción histórica pasa por la lectura de viejos documentos. En ocasiones es necesario recrear, físicamente, pasajes de esta historia. Dudo que un frío documento pueda darle al lector una imagen verdadera de la innumerable cantidad de inconvenientes menores y no tan menores que implica cruzar en tiempo récord y a lomo de mula una del las cordilleras más altas del mundo. Por ejemplo, es muy educativo realizarlo en tiempos de paz y con algunos medios modernos para tomar conciencia de esas dificultades.
  2. La “acclamatio” se utilizaba en la Antigua Roma como un signo de aprobación, mediante aplausos, que era considerado como un buen augurio y que le daban sus propias tropas a su general al mando como una muestra de su subordinación. En el caso de Rancagua no sabemos si hubo aplausos, pero sí sabemos que se confeccionó un acta que fue firmada al pie por los mandos del Ejército Libertador reconociendo a San Martín como su comandante supremo. Pues como comienza el acta: “El congreso i director supremo de las Provincias Unidas no existen…”




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