Por el Dr. Abelardo Pithod (*).
La Escuela de Atenas, Rafaello Sanzio (1483-1520) |
Que hay una declinación del cristianismo como práctica religiosa parece
indiscutible. Pero de ahí a creer que el cristianismo como civilización haya concluido hay una gran distancia. Bastará un
ejemplo para entenderlo: nuestro mundo actual está aún signado por una noción
desconocida hasta el cristianismo, la noción de persona.
Es menester recordar que en el paganismo greco-romano ni las mujeres, ni los
niños ni los esclavos eran propiamente personas. Hicieron falta muchos siglos
de cristianismo para que prevaleciera la idea de persona aplicable a todo ser
humano, sin distinción de raza o condición, de la que se deducían sus derechos universales
e inalienables. “La persona es lo más perfecto en todo el ser”, dijo con su
habitual laconismo y precisión Tomás de Aquino.
Dicho esto volvamos a nuestro título: “ser cristiano sin saberlo”.
Podemos ser poco religiosos o nada, pero culturalmente somos cristianos, aunque no sepamos que lo somos, es decir
nuestros supuestos mentales, nuestra filosofía de vida, nuestro derecho,
los principios de convivencia social, en síntesis, el mundo en que vivimos tiene
aún mucho de cristiano.
Es cierto que hay, concomitantemente, un proceso de neopaganización. En
una visita a Québec, Canadá, vimos un hermoso templo que, sencillamente, se
vendía. En Nueva York había otro convertido en “night club”. Pequeños síntomas
muy decidores. ¿Somos cristianos que nos estamos haciendo paganos? Creo que
somos más cristianos que paganos, con un cristianismo crepuscular, por cierto,
pero presente. Al afirmarlo pienso especialmente
en nuestro país. Nos queda bastante de cristianos, sin saberlo.
Qué futuro nos espera y hacia dónde
vamos es la pregunta crucial. En lo inmediato la impresión es que seguirá el
proceso de descristianización. Pero puede detenerse y aún, quién lo sabe,
cambiar de signo.
Es demasiado lo que nuestra sociedad
se juega con la descristianización. El mundo pagano era un mundo plagado de
crueldad y de demonios. Piénsese solo en el Circo romano y sus sangrientos
espectáculos. No tomamos conciencia de que con la paganización estamos
perdiendo la humanitas occidental,
que es un tesoro de valores. Arrancando de Grecia pasó a Roma, al cristianismo,
y a la propia modernidad y en retazos ha llegado a nuestros días. Costó mucho conservar
y enriquecer ese tesoro y darle nuevas formas de vida. Esto, ni más ni menos,
es lo que está hoy en cuestión. Seamos o no creyentes, ¿cómo perder conciencia
de semejante legado cultural? Europa se suicida, me dijo no hace mucho un gran psiquiatra
español, Aquilino Polaino. Nosotros, argentinos, estamos incluidos en el ámbito
europeo, ¿cómo vamos a cometer el desatino de suicidarnos culturalmente? Son
demasiados los males que se derivarían de este proceso: olvido del respeto a la
dignidad de la persona, aumento de la agresión y la violencia, tiranías
explícitas o camufladas, en fin, pérdida de los dones de la vida, esa “no
comprada gracia de la vida”, de que habló el escritor inglés Edmund Burke en el
siglo XVIII.
La vida exige ser cuidada. Es la tarea del hombre, “pastor del ser”, como
dijera Heidegger, y de la mujer, cuidadora de la vida.
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