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lunes, 11 de junio de 2012

ESTRATEGIA: EDUCACION PARA LA VICTORIA.



ESTRATEGIA: EDUCACIÓN PARA LA VICTORIA

¿Qué es la estrategia?
La conducción de los medios militares en guerra se denomina, en sentido estricto, Estrategia. La misma tiene una historia larga e interesante. En un sentido más amplio y muchas veces equívoco, también, se dice que una estrategia es un conjunto de acciones planificadas sistemáticamente para obtener un fin determinado. La voz original, ΣΤΡΑΤΗΓΙΚΗΣ, proviene del griego Stratos que significa: Ejército y Agein que expresa la necesidad de un conductor.
Vieja como el mundo mismo, se sabe que el comandante romano Sextus Iunius Frontinus escribió “Strategematon”, el primer tratado conocido sobre ella en el año 100 d.C.. Durante la Edad Media el térmico como tal cayó en desuso. La práctica de su objeto, la guerra, se recluyó en la exclusiva elite de los caballeros andantes. El manual del siglo XIV de Christine de Pisan, “L´Art de Chevalerie”, la define por su nuevo nombre. Pero, es a fines del siglo XVIII con su énfasis en racionalizar todos los campos del saber humano, que comenzó a volver a hablarse de la Estrategia como una ciencia. Se cree que el francés Jolly de Maizeroy fue el primero en re emplear el viejo término en los años previos a la Revolución francesa. Toda nueva ciencia nace en el marco de un cuestionamiento sobre su objeto, su metodología y su relación con otras ciencias auxiliares. Lo hace siempre influida por los paradigmas científicos en boga de la época de surgimiento. La Estrategia no fue una excepción. Pensadores como Dietrich von Bulow y Antoine-Henri Jomini llevaron adelante el primer intento racionalizador. Tomando como inspiración a las ciencias positivas, especialmente a la Geometría y a la Física, buscaron diseñar esquemas estratégicos abstractos, basados en líneas y en tableros, que permitieran simplificar su complejidad. El genio creador de Bonaparte haría volar estas representaciones por los aires. Posteriormente, en el deseo de entender a este genio, se realizó un intento más sutil de entender lo complejo. Lo realizó el general prusiano, Carl von Clausewitz, quien utilizó para ello las herramientas gnoseológicas que le aportaba la filosofía idealista de Emmanuel Kant. Proclamando para la posteridad aquello de que la guerra era la continuación de la política por otros medios. Ya a fines del siglo XIX, la necesidad de incorporar los adelantos técnicos de la época: el ferrocarril y el telégrafo, la potenciaron hasta niveles impensados. Con ambas guerras mundiales, la “Nación en Armas”, se hizo realidad. Se la comenzó a diferenciar de la mera táctica, que era considerada la conducción ordenada del combate. Una cuestión subordinada y subalterna a la Estrategia. Por el contrario, a ella se le atribuía la tarea de preparar el combate; así como explotar los resultados del mismo. Esta magna tarea, en las que las naciones se jugaban su supervivencia, la Estrategia pasó a ser un objeto de estudio sistemático y riguroso. Los monarcas europeos se interesaban en ella, contrataban expertos y abrían academias. De allí en más, rodeada de un halo de misterio su manejo quedó confinado a unos pocos iluminados: los oficiales del estado mayor. Una invención de un general prusiano conocido como Moltke el viejo, quien había tenido el mérito de derrotar a los invencibles franceses en Sedán. La Estrategia fue adquiriendo, en el camino, más o menos, todas las formas y métodos como los conocemos hoy.

Paralelamente, se puede seguir el rastro de la Estrategia desde un punto de vista más general. Esto es en el marco de la cultura. En ese sentido, se puede afirmar que no hay civilización conocida que no la haya practicado de alguna forma o en alguna de sus múltiples variantes. Desde las Guerra de las Flores emprendidas por los aztecas para procurarse de prisioneros para sus sacrificios humanos, hasta la Mutual Asssurance Destrucción (MAD) durante el peor periodo de la Guerra Fría. Baste citar como prueba de ello, que prácticamente no hay museo en el mundo que no registre alguna evidencia de esta afirmación. Si que ésta institución no fue creada especialmente para dar cabida a la variedad de trofeos obtenidos por ella. Como es el caso patente del Imperial War Museum británico. En todos los casos, cada pueblo que se ejercitó con ella le imprimió su sello y su personalidad. Por ejemplo, los atenienses de la Edad de Oro y los ingleses de la época victoriana la prefirieron naval e indirecta; mientras que los espartanos y los alemanes del II y el III Reich alemán, terrestre y más directa.

La Argentina, nuestro país, no fue la excepción a las reglas generales aunque siempre presentó peculiaridades interesantes a la hora de atribuirle un estilo. Su punto más brillante, pero no máximo, lo alcanzó muy pronto con las campañas libertadoras del General don José de San Martín. Su más bajo, hace 30 años, con la derrota sufrida tras el Conflicto por el Atlántico Sur. Probablemente, su apogeo se alcanzó con la feliz combinación de un estadista, el Presidente Julio A. Roca; con un soldado, el General Pablo Ricchieri. Lamentablemente no se le puede asignar este punto de honor a la estrategia de San Martín. No por su culpa, sino –precisamente- porque la falta de apoyo político de Buenos Aires dejó a su magna obra incompleta y al borde del fracaso. Cosa que no pasó con el binomio Roca-Ricchieri, que obtuvo todos los objetivos estratégicos impuestos para su época. Hubo otros intentos, más o menos felices o infelices. Depende como se los juzgue; tales como los realizados durante las presidencias del General Juan Perón. Cada una con su particularidad. O el denominado “Plan Europa” de los años 60. Pero, en términos generales, se puede afirmar que ninguno de estos proyectos tuvo una continuidad prolongada en el tiempo. Por otro lado, la mayor parte de las veces, el espacio temporal que separó cada uno de estos proyectos se lo llenó con improvisaciones. Muchas veces con objetivos y políticas contradictorias entre sí. En pocas palabras, la Argentina se ha caracterizado por la ausencia de una política de defensa y de una estrategia militar con continuidad institucional e histórica. Aunque, podría llegar a admitirse que, precisamente, es en esta ausencias que esté su coherencia.


La muerte de la Estrategia
Es a partir del 14 de junio de 1982 que la Estrategia argentina quedó herida de muerte y sin posibilidades de recuperación a la vista. Si fueron los militares del Proceso de Reorganización Nacional quienes la mataron de muerte súbita. Son las actuales condiciones políticas las que la mantienen postrada. Estas condiciones son, por razones ideológicas, adversas hacia lo militar. Seguramente justificadas –parcialmente- por lo realizado por los militares en el pasado. Pero, también se debe reconocer que tienen su origen en una errónea caracterización de lo que debe ser un necesario control civil sobre las fuerzas armadas. En ocasiones, se tiene la impresión que lo que se busca es reducir toda participación del componente militar. Tanto en las decisiones que le deberían ser propias como en su participación como un organismo del Estado. Sin mencionar el tema presupuestario, que sin ser el más importante, las ha confinado a una muy reducida capacidad operacional.

Hay cuatro síntomas principales que caracterizan el rigor mortis de la Estrategia argentina. El primero de ellos es la errónea caracterización que los propios responsables de formular las políticas de defensa y la estrategia militar tienen de la guerra actual, en particular, y de los conflictos, en general. Se aferran al paradigma, ya superado, de la guerra convencional entre Estados nacionales. Desconocen o minimizan el hecho de que los conflictos modernos son en su mayoría de carácter interestatal. Y que los mismos exigen fuerzas militares preparadas para enfrentar una amplia gama de contingencias que van más allá y más acá de la guerra convencional Un amplio espectro de operaciones y actividades que tiene que incluir a las tareas de apoyo a la comunidad, la ayuda y la asistencia humanitaria y las operaciones de paz robustas. Todo ello sin olvidar la necesidad de mantener una capacidad de disuasión convencional mínima. Porque no se trata de descartar capacidades, sino de priorizarlas adecuadamente.

Respecto a la capacidad para la guerra convencional habría que descartar hacerlo a partir de una defensa geográfica irrestricta de la totalidad del territorio nacional. Lo que constituye en sí mismo una imposibilidad práctica. Por el contrario, la mejor defensa es casi siempre un buen ataque. Por lo tanto, hay que diseñar, organizar y equipar a una fuerza conjunta ligera, pero potente Que tenga capacidad para la proyección expedicionaria, que pueda ser empleada en cualquier lugar del territorio nacional, y en el de nuestros vecinos; para disuadir, y llegado el caso, actuar contra un agresor externo en forma rápida y contundente. También, esta fuerza tiene –por sus propias características- las mejores posibilidades para integrarse con otras similares de la región. Ya sea para conjurar una amenaza extra continental como para servir de núcleo para una fuerza de paz robusta.

El síntoma siguiente, es uno de difícil diagnostico. Porque es en el que, en teoría, más se ha avanzado en los últimos años. Si bien se debe reconocer que mucho se ha hecho para la integración conjunta de las fuerzas militares bajo un objetivo y un comando común. Algo esencial para cualquier logro estratégico. Aún persisten los intereses sectoriales subalternos entre y dentro de cada una de las fuerzas armadas. Pese al retórico reconocimiento de que toda acción estratégica es de carácter conjunto, y aún reconociendo, que es mucho lo que se ha hecho en ese sentido; cada vez que llega la hora de tomar decisiones de fondo, es cuando estos intereses se manifiestan. Al parecer, cada Fuerza se percibe a sí misma como un organismo autónomo y autosuficiente que no necesita de las otras. En función de lo anterior, no hay verdadero planeamiento y ejecución conjunta. Salvo para tareas subsidiarias, ya que se considera que las no afectan el núcleo vital de las Fuerzas. En pocas palabras: el Ejército en la tierra, la marina en el agua y la Fuerza Aérea en el aire, cada una librando su propia “guerra”. Cabe recordar que es a partir de la 2GM, hace más de 70 años, que ningún profesional militar se atrevería a discutir el carácter necesariamente conjunto de cualquier operación militar. Es más, se podría afirmar que ya entrados en el siglo XXI sería conveniente comenzar a hablar de operaciones combinadas, vale decir, entre fuerzas armadas pertenecientes a varias naciones. Pues, son muy pocos, probablemente uno solo, aquellos que pueden montar una operación en solitario y sin la ayuda de nadie. En este campo se impone un sano regionalismo.

Un tercer síntoma es la falsa creencia de que la Estrategia debe estar confinada hasta ocurre el primer disparo. Esto puede ser cierto para el sentido más estricto de la ciencia. Pero, no se debe dejar de lado que en un sentido amplio abarca, también, la necesidad de prepararse para la guerra. Este falso concepto ha llevado al mal desarrollo de tres herramientas básicas que necesita el Estado que le provea la Estrategia en tiempos de paz: un sistema logístico, uno de inteligencia y otro de planeamiento que preparen la batalla, o enfrenten las crisis en las condiciones más favorables posibles.

La ausencia del primero de estos sistemas se ve en que, por lo general, casi todas las adquisiciones, las buenas y las malas, que se vienen haciendo las fuerzas armadas en los últimos 50 años se han focalizado casi exclusivamente en elementos de combate. Por ejemplo, aviones de caza, buque de guerra o tanques. Muy poco o nada se ha destinado a la posesión de sistemas logísticos de apoyo. Tampoco, siquiera a elementos que hacen al abastecimiento básico; como buenos uniformes o raciones de combate. Peor aún, no existe siquiera la inquietud intelectual de contar con organizaciones logísticas abocadas al sostenimiento de las unidades de combate. Concretamente, y a modo de ejemplo, el Ejército cuenta con una decena de brigadas de combate, y con prácticamente ningún elemento logístico para apoyarlas cuando estas se despliegan en el terreno. Se espera que las mismas se provean su propia logística. Lo que constituye una barbaridad teórica y una imposibilidad de llevar a la práctica. Lo mismo puede decirse de la Fuerza Aérea que ha perdido sus capacidades de transporte estratégico, y de la Armada que cuenta con la sola excepción del buque logístico, ARA “Patagonia”. Nadie combate bien con su estómago vacío, sin un apoyo sanitario efectivo, y tantas otras cosas que sería largo enumerar. Si algo quedó demostrado en el Conflicto por el Atlántico Sur fue la necesidad de contar con una buena logística. Es más, se puede afirmar que la principal capacidad que le facilitó al lado británico la victoria, no estuvo entre sus elementos de combate, sino en su logística superior.

Corre paralelo a esta ausencia, la fútil pretensión de fabricarlo todo en el país, desde un cartucho hasta un submarino nuclear. Ya nadie en el mundo hace tal cosa. Es extremadamente caro e ineficiente. Se fabrica localmente lo que es conveniente hacer, y se compra en el exterior el resto. Incluso, en la mayoría de los casos –especialmente entre las fuerzas armadas consideradas pobres- no se compran elementos militares, sino elementos de uso civil reforzado o militarizado que son mucho más baratos y de excelente calidad. Por ejemplo, una buena camioneta 4x4 puede reemplazar adecuadamente a un costoso vehículo militar. A la par de favorecer su mantenimiento y ser mucha más barata. Si esto no es aceptable para algunos fanáticos de las normas MIL, existe un muy interesante mercado del usado, tanto de productos occidentales como del ex Pacto de Varsovia.

El segundo sistema que necesita la Estrategia para prepararse para la guerra es el de inteligencia estratégica. Si bien, existen sistemas de nivel táctico destinados a obtener información durante el desarrollo de las operaciones. No hay un sistema similar que opere al nivel operativo y estratégico antes, durante y después de las hostilidades. Por las características de estos niveles de conducción, en realidad, no hacen falta una gran cantidad de medios humanos, mucho menos materiales. En estos niveles el centro de gravedad debe colocarse en la interpretación de la información disponible. Siendo la masa de ésta de origen público, por lo tanto relativamente fácil, de acceder. Basta para ello contar con un reducido, pero capaz grupo de analistas que puedan direccionar la búsqueda de los medios disponibles (agregados militares y de defensa, representaciones diplomáticas en el exterior, etc.); que tenga acceso a la prensa especializada; y que elaboren informes de inteligencia acordes con los intereses nacionales. Un interesante complemento de este sistema sería el desarrollo de una escuela de idiomas. Una que no solo buscara aprender y enseñar las lenguas extranjeras. Sino, además, penetrar y comprender las diferentes culturas en que eventualmente existiría la posibilidad de operar.

Finalmente, el último sistema es el de planeamiento estratégico. Aquí no es que falten medios, sobran, hay que organizarlos. Los medios de planeamiento, son los estados mayores, los que tienen que organizarse funcionalmente. Vale decir por la función que cumplen. En este sentido es conveniente crear tantos comandos operacionales como hagan falta. Con uno, como hay hoy, no alcanza. De tal modo que la transición de la situación de paz a la de conflicto/crisis sea mínima. Por ejemplo, si ya en la paz las fuerzas armada desarrollan operaciones de paz, llevan a cabo el sostén a la actividad antártica y cada tanto enfrentan situaciones de apoyo a la comunidad, esos comandos deben estar organizados en forma conjunta y con los elementos mínimo necesarios para cumplir su tarea. Otros medios más importantes, eventualmente, le podrán ser asignados en cada caso particular. Por otro lado, hay funciones esenciales que sirven para apoyar a las fuerzas como un todo; tales como; el transporte estratégico, las comunicaciones, el propio sistema de inteligencia estratégico y otros que puedan ser necesarios. Ellas deben ser dirigidas por comandos que centralicen aspectos comunes como, por ejemplo, la adquisición de material compatible para las tres fuerzas. Finalmente, está el tema de los posibles teatros de operaciones a crearse en caso de guerra. Aquí, probablemente no se justifique que estos comandos tengan medios asignados desde la paz, lo que no debe impedir que exista un comando designado para realizar el planeamiento necesario para su empleo. A los efectos de ahorra tiempo para su activación sea necesaria.

El cuarto y última síntoma es el más importante de todos; ya que es de naturaleza moral. Y Aunque reconoce otras causas más antiguas se ha visto profundizado durante la actual gestión de gobierno. Se trata de una modificación, cuando no de la negación lisa y llana de la existencia de un ethos militar. Se puede introducir el tema diciendo que desde siempre, aún desde los tiempos bíblicos, se la ha reconocido a los integrantes de una fuerza armada un status diferente al del ciudadano común. Para hacer una explicación compleja simple, baste decir que al miliar no solo se le puede exigir que quite la vida de un semejante en cumplimiento de su deber; sino que, además, arriesgue la propia en este proceso. A nadie se le escapa que lograr tales disposiciones internas exige una educación prolongada y específica. Obviamente, que aquí ha transcurrido el tiempo y muchos conceptos arcaicos han debido evolucionar. No estamos en la Edad Media con una sociedad con clases cerradas. Sin embargo, aún en países con una larga tradición democrática se reconoce este hecho. Si en ellas se espera que los generales obedezcan al poder político; no asumen que las órdenes del sargento de pelotón puedan ser plebiscitadas por los integrantes de ese mismo pelotón. Saben y reconocen que si bien hay una lógica política, también hay una gramática militar. En consecuencia ejercen el control de sus instituciones armadas con métodos objetivos; pero no les exigen a sus integrantes que sean lo más parecido posible a un funcionario con uniforme. Lo cual es una contradicción en sí misma.

Esta postura de igualar a lo militar con lo civil termina siendo en realidad una espada de dos filos. Ya que, por un lado, ha generado un ablandamiento del espíritu de combate de las organizaciones armadas; a la par, que ha producido grandes injusticias hacia el personal militar; ya que muy rara vez puede éste gozar de los “privilegios” de su contraparte civil. En pocas palabras ya lo dijo magistralmente Carlos Pellegrini: “El militar tiene otros deberes y otros derechos; obedece a otras leyes, tiene otros jueces, viste de otra manera, hasta habla y camina de otra manera. Él está armado, tiene el privilegio de estar armado, en medio de los ciudadanos desarmados...”

Subsiste dentro del cuarto síntoma una señal que es subyacente y que es condición para que este se exprese. Una que es antigua y que puede caracterizarse como el virus mortal que terminó matando la Estrategia. Ya hemos explicado que a fines del siglo XIX y hasta nuestros días el estudio sistemático de esta ciencia se recluyó en las escuelas de estado mayor. En ellas la ciencia fue cultivada y enseñada por generaciones. Pero nada es más peligroso para su progreso que un dogmatismo extremo. La Estrategia es por definición una actividad que implica una actitud libre y creadora por parte de quienes la practican. No en vano, muchas veces se ha sostenido que en ella triunfan los que saben hacer lo inesperado. Esto se fundamente en que sus procedimientos se basan en la denominada lógica paradójica. Por ejemplo, quien debe planificar una invasión sabe –ab initio- que la vía de aproximación más difícil será la mejor, precisamente por ser difícil.

Los fundadores del sistema, los generales prusianos Scharnhost, Ginesseau y Moltke, sabían que una obediencia ciega, espartana era incompatible con los deberes de un verdadero oficial de estado mayor. Por ejemplo, el último de ellos, apodado “el viejo”, contaba siempre una anécdota que ilustraba este punto. En su relato decía que el Príncipe Federico Carlos le estaba dando una reprimenda a uno de sus oficiales por un error táctico cometido. En su defensa, el acusado sostuvo que no había hecho otra cosa que seguir fielmente las órdenes del Rey. A lo que éste le respondió: “el Rey te hizo oficial porque pensó que eras lo suficientemente inteligente como para saber cuándo desobedecer una de sus órdenes.” Para lograr esta fina prudencia de saber cuándo desobedecer, porque se cumple el espíritu de la orden del superior, aunque no se lo haga estrictamente; hacían falta hombres formados en lo que ellos definan como Bildung. Un proceso auto educativo que no solo tendía a la excelencia intelectual, también, y por sobre todo, a forjar el carácter. Hijos de su época, compartían con Kant aquello de que: “Habrá siempre unos pocos que piensen por sí mismos, aún entre los autoproclamados guardianes de la multitud.” Precisamente, eran esos pocos espíritus libres los seleccionados para formarse como oficiales de estado mayor; y llegado el caso, para asesorar y asistir a sus comandantes con la mayor franqueza posible.

Por el contrario, desde hace mucho tiempo atrás, en nuestras academias de estado mayor lo que se inculca se parece más a una calmada obediencia que a la declamada honestidad intelectual. En ellas, casi siempre, es más importante que el alumno concuerde con la opinión oficial de la cátedra a que exprese sus propias ideas. Para colmo de males, en general se enseña en sus aulas una doctrina que ya es vieja y está superada –lo que ya es malo; pero, además se lo hace en forma dogmática–lo que es aún peor. No en pocas ocasiones se privilegia, incluso, su mero aprendizaje memorístico antes que su real comprensión. En pocas palabras: no se les enseña a los futuros oficiales de estado mayor a cómo pensar, sino a qué pensar. El orden de mérito con que se los califica y clasifica es la suprema medida de control. Ya que en base al mismo, los egresados reciben sus destinos, sus premios, sus promociones y los codiciados viajes al exterior. ¿Quién puede resistirse a tremendo sistema de opresión intelectual? ¿Cómo puede esperarse que personas formadas así expresen lo que piensan?

Esta actitud intelectual de sumisión no solo ha herido de muerte a la honestidad intelectual en el ámbito académico. También, lo ha hecho en las esferas de su aplicación práctica. Vale decir, en los estados mayores específicos y conjuntos donde estos oficiales deben prestar servicios. En función de ello, es muy difícil que sus asesoramientos sean todo lo franco que deberían ser. Por ejemplo, un conocido comandante de brigada de la Guerra de Malvinas prevenía a su estado mayor con estas palabras: “ustedes no me asesoran solo me asisten”. Han pasado 30 años de este hecho casi cómico; pero la actitud persiste. Es más, se ha agregado recientemente la limitación de lo “políticamente correcto”. Por ella ningún alto mando militar considerará prudente siquiera asesorar en forma diferente a lo que él cree que es políticamente correcto para sus mandantes políticos. Sola por citar un ejemplo: muy pocos expresarán sus dudas sobre la actual política de género que espera ver a las mujeres ocupar todos los roles, incluso aquellos para los que tienen manifiestas limitaciones, como las armas de combate cercano.

Los refugios de la Estrategia
Las naciones que han sufrido procesos similares a la nuestra. Vale decir, aquellas que vieron reducido su poder militar tras una derrota estrepitosa. Como fue el caso de Prusia a manos del Grand Armée de Napoleón. Parecen, primero, replegarse sobre sí mismas a lamer sus heridas; pero en realidad lo que hacen es resguardar los elementos esenciales para su futura resurrección. Entre estos elementos, el rol del pensamiento estratégico ha sido siempre esencial. En estos periodos de frustración, cuando nadie está dispuesto a hacerse cargo de la derrota. Se lo cultiva, a veces en pequeños círculos, donde unos pocos mantienen la llama encendida. Su frecuentación puede adquirir distintas formas, desde café literarios hasta ateneos de profesionales donde se sigue estudiando a la guerra y a su ciencia madre, la Estrategia. Paradójicamente, es en estos cenáculos de los derrotados, donde después germinan las ideas que luego revolución al arte de la guerra. Sucede que acicateados por la fracaso y la necesidad de revancha buscan y encuentra las formas novedosas para enfrentar los conflictos del futuro. Es por estos caminos que la Estrategia encuentra su cauce hacia la victoria, como situación insoslayable, insustituible y superadora del estado de frustración que sigue a una derrota.

Tal parece ser el caso argentino. Desprestigiada y relegada, la Estrategia, hoy, se debe refugiar en los pequeños grupos de quienes quieren cultivarla. Allí habrá que sembrar las semillas de la restauración futura. Ya que si algo enseña la Historia es que, tanto la derrota como la victoria, no son más que estados siempre transitorios. Ya los primeros historiadores de la Grecia clásica intuían el carácter cíclico y pendular de los acontecimientos. Tiranía, Democracia, Demagogia eran para ellos las etapas de este eterno corsi e ricorsi. En definitiva, como lo decía Aristóteles, en la Política, y la Estrategia es una ciencia que le depende, toda desesperación es –en última instancia- una estupidez. No hay que desesperar.

No se sabe cómo evolucionarán los acontecimientos actuales. Ni en qué momento las tendencias negativas que atenazan a lo militar, en particular, y al Estado, en general, se revertirán. Es más, ni siquiera sabemos si seremos testigos de ello. Sin embargo, como lo he sostenido siempre, podemos abandonarlo todo, el orgullo, los prejuicios, aún las ventajas bien ganadas; todo, menos la obligación de seguir buscando hasta encontrar una salida. Ya que de eso se trata, en su sentido más mínimo, una estrategia: el buscar sobrevivir según los propios términos.

                                                                                                                        EL ADMINISTRADOR.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente artículo.
Estrategia es la ciencia del engaño. Sun Tzu.
No para delinquir, sino para arribar al objetivo, con el menor costo!!! El engaño debe ser atendido como el instrumento vital para el logro de un fin. Forma parte de las habilidades y capacidadess de concepcion de quienes lideran una empresa. Busca espacio para maniobrar y las medidas que permitan su seguridad y continuidad. Excelente!!!