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El jingoísmo (1) con cualquier otro nombre todavía huele igual
por William Schryver
El jingoísmo se or
Odiseo enfrenta a Escila y Caribdis. |
No queremos pelear, pero por jingo si lo hacemos, tenemos los barcos, tenemos los hombres, ¡también tenemos el dinero!
Alguien que tenía la actitud implícita en la canción se conocía como jingo o jingoísta, y la actitud en sí misma se denominó jingoísmo.
Esta es aparentemente una revisión crítica del ensayo reciente de Arta Moeini publicado en UnHerd: Is the West escalating the Ukraine war? Sin embargo, su alcance se extiende mucho más allá de la expresión aislada de Moeini de las falacias generalizadas que aborda mi crítica.
El artículo de Moeini surgió en las últimas semanas, tiempo durante el cual hemos observado una intensa evolución retórica en las narrativas occidentales habituales sobre la guerra OTAN/Rusia en Ucrania.
La “causa perdida” está en el aire. Muchos de los que han sabido en privado que este es el caso durante algún tiempo, finalmente, se han animado lo suficiente como para decir públicamente lo obvio, aunque de mala gana y, a menudo, con una buena dosis de racionalización y de desinformación persistente a cuestas.
Para ser claros, el ensayo de Moeini me pareció una lectura que valía la pena; estimulante en múltiples niveles, aunque no siempre de la manera que sospecho que su autor pretendía. Y estoy, más o menos, de acuerdo con la mayoría de sus observaciones sobre las cosas tal como están actualmente.
Pero como bien señaló el poeta, “no se necesita un meteorólogo para saber en qué dirección sopla el viento”.
Tampoco hace falta ser un aspirante a “experto” en geopolítica para informarse a uno, en este momento, de que la táctica de usar a Ucrania como un bombardero kamikaze para herir mortalmente a Rusia ha fallado estrepitosamente en todos los aspectos geoestratégicos fundamentales.
De hecho, ha fracasado de múltiples formas, en gran parte imprevistas y ahora irreversibles.
Más sobre eso a continuación.
Mientras tanto, abordaré aquellos argumentos del autor que fallan, principalmente, debido a su compulsión, aparentemente obligatoria, de hacerse eco de la ortodoxia excepcionalista estadounidense.
Por supuesto, Moeini vive y respira en la atmósfera embrutecedora del miasma ideológico del "Washington Beltway". (2) Sin duda, sus aspiraciones profesionales están influenciadas de manera convincente por su entorno y, por lo tanto, no sorprende que sea tan flexible con sus imperativos dominantes.
Se imagina que está elaborando una crítica de las deficiencias de lo que a veces se llama la Escuela de Chicago del realismo geopolítico, tipificado por las obras de John Mearsheimer. En realidad, simplemente, encuentra fallas en un conjunto de falacias lógicas mientras adopta a sus socios, aparentemente, más atractivos.
Para comprender la toma de decisiones occidental y la peculiar dinámica entre alianzas de la OTAN, necesitamos un realismo más radical que tome en serio las "dimensiones ontológicas" no físicas, psicológicas y de la seguridad, que abarcan la necesidad de un estado o de una organización para superar la incertidumbre. estableciendo narrativas ordenadas e identidades sobre su sentido de "yo".
La incoherencia de un llamado al “realismo radical” para abordar las “dimensiones ontológicas de la seguridad” y la “superación de la incertidumbre mediante el establecimiento de narrativas e identidades ordenadas”, claramente, elude a nuestro joven autor, centrado como aparentemente está en la relevancia geopolítica del “Sentido de sí mismo".
Dicho esto, es de esperar que una mente cultivada por la generación actual de académicos imperiales se resista a cuestionar sus ideas catequistas, la principal de las cuales es la convicción de que la “nación indispensable” es el único soberano digno de definir los parámetros de un “orden internacional basado en reglas” y, en virtud de su intachable autopercepción, conducir al planeta hacia un destino glorioso.
Moeini continúa:
En un estudio reciente para el Instituto para la Paz y la Diplomacia, del que soy coautor, investigamos las razones estructurales que impulsan el cálculo estratégico de Ucrania. Sugerimos que, como “equilibrador regional”, Ucrania asumió un gran riesgo al desafiar las líneas rojas rusas sobre que Kiev debía rechazar explícitamente las propuestas de la OTAN y detener cualquier integración militar con Occidente. Este fue un gambito maximalista que presuponía el apoyo militar occidental y corría el riesgo de provocar activamente a Moscú en su propia desventaja estratégica.
Esta es una distorsión de lo que realmente sucedió en Ucrania durante el último cuarto de siglo.
Ucrania
El Estado-nación intrínsecamente discordante al que actualmente se le asigna el topónimo “Ucrania” en los mapas de Europa es, indiscutiblemente, una construcción artificial de origen relativamente reciente. Los hechos sociopolíticos y culturales que subyacen a esta realidad fueron hábilmente explotados por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial cuando los nazis reclutaron con éxito a un gran número de sus habitantes occidentales (principalmente de Galicia) para unirse a ellos en una guerra de aniquilación contra los polacos, los judíos y los “moscovitas” más numerosos y prósperos que habitaban las regiones agrícolamente fértiles y sustancialmente industrializadas de la histórica Novorossiya.
Esta era la forma de gobierno dentro de la región geográfica conocida como Ucrania que, comenzando tan pronto como inmediatamente después de la guerra, fue cultivada sistemáticamente por la hegemonía occidental angloamericana como una fuerza disruptiva para socavar el poder y la influencia soviética en Europa del Este.
Y después de la caída de la Unión Soviética, que ocasionó el surgimiento del imperio global estadounidense, esta fue la forma de gobierno que se preparó metódicamente para convertirse, eventualmente, en un representante desechable de los diseños imperiales que aspiraban, explícitamente, a desmembrar a Rusia y saquear su casi ilimitado territorio de recursos naturales.
Cualquier conjunto de argumentos que apunten a disputar esta interpretación de los eventos es demostrablemente erróneo, lógicamente falaz e históricamente revisionista; pero dejaré ese debate para otro día.
Mi punto, por ahora, es que la caracterización de Moeini de lo que sucedió desde 2014 como Ucrania ejerciendo su propia responsabilidad para efectuar un gambito geopolítico contra Rusia es una torturada tergiversación de los hechos.
La realidad es que la junta gobernante en Ucrania, elevada a su principado por intrigas imperiales, fue astutamente seducida para creer que era la única capaz de convertirse en la punta de lanza del imperio para matar, de una vez por todas, a los infrahumanos "moscovitas" que habían dominado durante mucho tiempo la margen izquierda del río Dniéper, Crimea y las regiones que bordean el Mar Negro.
Moeini se acerca a reconocer esta realidad, aparentemente, sin comprender sus necesarias implicaciones:
“Prácticamente todas las alianzas de seguridad de los Estados Unidos en la actualidad son acuerdos asimétricos entre los Estados Unidos y los equilibradores regionales, una clase de estados regionales más pequeños y periféricos que buscan equilibrarse con las potencias intermedias dominantes en sus respectivas regiones. Como gran potencia, los Estados Unidos posee una capacidad inherente para invadir otros complejos de seguridad regional (RSC, por sus siglas en inglés). En este contexto, es razonable que los equilibradores regionales intenten engatusar y explotar el poder estadounidense al servicio de sus intereses particulares de seguridad regional”.
Corriendo con el diablo
Lo que está describiendo es una relación hegemon/vasallo en la que el imperio define, mide e impone tanto el quid como el quo de cada transacción entre las partes.
En el caso de Ucrania, este pacto con el diablo implicó que el imperio se comprometiera a equipar y entrenar a una fuerza militar que se convertiría en la vanguardia de una audaz maniobra no solo para recuperar Novorossiya y Crimea para Ucrania; sino también para desgastar sustancialmente la capacidad militar rusa; humillar y deponer al despreciado Vladimir Putin, y luego, como su justa recompensa, asumir el lugar que supuestamente les corresponde entre las grandes naciones de Europa y el mundo.
Por así decirlo, los emisarios del imperio llevaron a sus aspirantes ucranianos elegidos a la cima de una montaña extremadamente alta, les mostraron todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y juraron solemnemente: “Todas estas cosas os daremos, si te postras y nos adoras".
Y, sin dudarlo, los crédulos ucranianos respondieron: “¡Claro que sí! ¡Aceptamos ese trato!
Atraídos por la adulación falsa y la delicia imaginada del premio prometido, se arrodillaron con adoración para besar el anillo y se cegaron deliberadamente a la realidad ineludible de que superarían su capacidad.
Porque, como dice Moeini:
Sin embargo, establecer un objetivo tan elevado significaba que Kiev nunca podría tener éxito sin una intervención activa de la OTAN que cambiara el equilibrio de poder a su favor. En virtud de su decisión, Ucrania, junto con sus socios más cercanos en Polonia y en las naciones bálticas, se convirtió en el clásico “aliado troyano”, países más pequeños cuyo deseo de influencia regional contra la potencia media existente (Rusia) se basa en su capacidad de persuadir a una gran potencia externa y a su red militar global (aquí, los EEUU y, por extensión, la OTAN) para intervenir militarmente en su nombre.
En este párrafo somos recibidos, de entrada, por una tautología flagrante; solo para luego ser tratados con el primer espécimen inequívoco del error de cálculo fundamental de Moeini y que sin embargo no es suyo, porque ha sido el error de cálculo fundamental del evangelio excepcionalista desde su génesis: nuestro autor obediente caracteriza a Rusia como una "potencia media".
Aquí reside la clave de toda la falacia excepcionalista.
Ampliaré este pensamiento más adelante.
El objeto inamovible
Mientras tanto, Moeini continúa (énfasis añadido):
El futuro de Ucrania como estado soberano ahora dependería de su capacidad para diseñar con éxito una escalada.
***
Porque a Kiev le interesa hacer que la OTAN se involucre más en la guerra.
La premisa esencial de ambas frases es falsa, ridículamente falsa. Si el autor no finge al decirlas, entonces está, trágicamente, desinformado en cuanto a la realidad de los hechos tal como han ocurrido.
Ucrania no es un actor principal en esta película. Está jugando el papel de "elenco de millones".
Esta es y siempre ha sido una lucha de poder entre la iteración actual del imperio occidental y su némesis favorita: Rusia. Ese es el contexto en el que se juzga y se define los términos en que se decidirá.
La "escalada" siempre fue un parámetro esencial del cálculo del imperio. La disolución y el vasallaje de la Rusia continental nunca ha dejado de ser la directriz principal. Los soberanos imperiales simplemente no lograron percibir con precisión que los rusos poseían una progresiva supremacía. Erróneamente se imaginaron a sí mismos como la fuerza irresistible y descartaron la evidencia histórica de que Rusia es el objeto inamovible.
Esa realidad cada vez más evidente ahora ha puesto serios a los maestros occidentales de la guerra y los ha obligado a reevaluar toda la ecuación del conflicto.
Moeini continúa:
… Ucrania no puede derrotar a Rusia sin que la OTAN luche de su lado. La pregunta ahora es si Occidente debe dejarse atrapar en esa guerra y poner en peligro el destino del mundo entero al hacerlo.
Lo que, aparentemente, no logra comprender es que el imperio ya está atrapado, precariamente suspendido entre Escila y Caribdis (3) de una rabieta de tierra arrasada o una humillante retirada que romperá para siempre el mito de la supremacía militar estadounidense y que acelerará, en gran medida, la transición a la histórica hacia un mundo multipolar.
Y sin embargo insiste:
En el marco materialista de la seguridad ofrecido por la mayoría de los realistas, hay pocas ventajas para los Estados Unidos y para Europa occidental y, ciertamente, ningún interés nacional o estratégico genuino, en verse arrastrados a lo que es, esencialmente, una guerra regional en Europa del Este que involucra a dos estados nacionalistas diferentes.
<suspiro>
Me veo obligado a repetir que esto NO es "esencialmente una guerra regional en Europa del Este que involucra a dos estados nacionalistas diferentes".
Ucrania NO es un actor principal en esta película. Están jugando el papel de "elenco de millones".
Esta es y siempre ha sido una lucha de poder entre la iteración actual del imperio occidental y su némesis favorita: Rusia. Ese es el contexto en el que se juzga y define los términos en que se decidirá.
Sin embargo, en el párrafo siguiente, Moeini logra afirmar, indirectamente, esta perspectiva, aunque vuelve a enmarcar el problema en la desconcertante ingenuidad de su construcción “ontológica”:
Sin embargo, desde un punto de vista ontológico, una política exterior angloamericana que se “identifica” fuertemente con la unipolaridad estadounidense ha invertido mucho en mantener el statu quo y evitar la formación de una nueva arquitectura de seguridad colectiva en Europa, que estaría centrada en Rusia y en Alemania en lugar de los Estados Unidos.
En otras palabras, reconoce con franqueza que esta guerra se trata, en esencia, de la preservación del statu quo unipolar o reformulado en términos que he empleado durante muchos meses: esta guerra es una lucha existencial entre la soberanía rusa y la continuidad imperial estadounidense.
Antes de profundizar en este punto, quiero hacer una digresión en una breve discusión sobre el vocabulario.
Moeini emplea repetidamente el término "ontológico" en su artículo. Ontológico se refiere a una evaluación metafísica de la naturaleza y el significado del ser. Se relaciona con el sentido de identidad de uno. Es abstracto en extremo, inherentemente subjetivo y, por lo tanto, susceptible a una pronunciada volatilidad.
Existencial, por otro lado, es un término que se refiere a la continuidad física de uno en el tiempo y en el espacio. Es la vida reducida a su esencia desnuda. Aunque puede emplearse en un sentido abstracto, es fundamentalmente concreto y se percibe, instintivamente, como una cualidad objetiva, especialmente, cuando está amenazado de aniquilación.
Volviendo nuevamente al marco de Moeini de la política exterior angloamericana dentro de una construcción ontológica reconozco, plenamente, las supuestas prerrogativas asociadas con las diversas narrativas imperiales vanagloriosas:
- “la ciudad resplandeciente sobre una colina”
- “la nación indispensable”
- “difundir la libertad y la democracia”
- “campeón de los oprimidos”
- etcétera
La fachada calculada del excepcionalismo estadounidense
Por supuesto, todas estas expresiones son variaciones del tema occidental más antiguo de "la carga del hombre blanco". Y todos son fundamentalmente jingoístas en su raíz. Más, significativamente, todas son cualidades ilusorias del imperio, cuya desenfrenada avaricia imperial e hipocresía moral siempre han sido obstáculos insuperables para sus pretensiones de ser más santo que cualquiera.
En cualquier caso, en lo que se refiere a la política exterior imperial afirmo, rotundamente, que estas pretensiones ontológicas nunca han sido más que una calculada fachada. Los amos imperiales no tienen aspiraciones genuinas de difundir la justicia y la prosperidad en todo el mundo. Como en todos los imperios en declive que precedieron a éste, la élite imperial aspira al dominio como un fin per se. Es la autosatisfacción de la primacía incuestionable la fuente última de todas sus acciones, al menos en la medida en que el aparato de tributo y de saqueo permanece adecuadamente intacto.
Por lo tanto, en el contexto de una “arquitectura de seguridad colectiva” en Europa, no es la supuesta amenaza del expansionismo despótico ruso lo que ha motivado las acciones imperiales; sino más bien la idea de que los propios europeos aceptarían un acuerdo de seguridad multilateral mutuamente satisfactorio y que luego le soliciten, firmemente, a los estadounidenses que tomen, finalmente, todos sus juguetes militares y se vayan a su casa.
Preocupantemente, se ha vuelto cada vez más evidente que el imperio preferiría gobernar sobre las cenizas y los escombros de Europa que permitir que sus naciones constituyentes reclamen su soberanía en sus propios términos y por su propia voluntad.
Vale la pena ambicionar reinar aunque en el infierno:
Mejor reinar en el infierno, que servir en el cielo.
Moeini observa correctamente que la preocupación más aguda del imperio en los últimos años había sido el avance perceptible de la reconciliación y la colaboración económica ruso-alemana. Desde hace más de un siglo, esta perspectiva siempre se ha entendido como la mayor amenaza individual para el dominio angloamericano del mundo occidental y, por lo tanto, como un desarrollo que debe detenerse antes de que pueda cobrar impulso.
Luego caracteriza con precisión la estratagema del imperio para cortar de raíz la asociación ruso-alemana:
… el establecimiento estadounidense ha trabajado para destruir cualquier posibilidad de que se forme un eje Berlín-Moscú alineándose con el bloque Intermarium de países desde el Báltico hasta el Mar Negro, oponiéndose repetidamente (y amenazando abiertamente) a los gasoductos Nord Stream, y rechazando deliberadamente a los rusos en su insistencia por una Ucrania neutral.
La ingenuidad histórica y la mala previsión de esta maquinación imperial es un tema para otra discusión. Baste por ahora decir que revela una ignorancia abyecta de las fricciones centenarias y las alineaciones volátiles de las dispares naciones eslavas que componen la región en cuestión.
Como escribió el a menudo profético Fyodor Dostoyevsky durante la guerra ruso-turca de 1877-1878 que disputó la parte sur del Intermarium:
Entre ellos, estas tierras siempre pelearán, siempre se envidiarán e intrigarán entre sí.
En cualquier caso, el imperio atrajo con éxito a la mayor parte del Intermarium para que buscara su identidad con el resto de los vasallos de Europa occidental, siendo Polonia, Ucrania y los chihuahuas del Báltico los más cautivados por esta imaginada bonanza.
Aunque aparentemente ciego ante la inevitable calamidad del régimen de Kiev, Moeini indirectamente toca la cínica realidad de cómo el imperio diseñó explotar a Ucrania para promover sus propios objetivos hegemónicos:
En relación con Ucrania, el objetivo inicial de una alianza ideológica occidental sesgada hacia los “valores compartidos”, como se ha convertido la OTAN con la disolución de la URSS, era convertir a ese país en un lastre occidental para Rusia, empantanar a Moscú en un atolladero extendido para debilitar su poder e influencia regional e, incluso, para alentar el cambio de régimen en el Kremlin.
Una vez más, Moeini revela, inadvertidamente, su parcialidad hacia los engaños de los políticos occidentales en relación con su gambito mal concebido y madre de todos los ejércitos empoderados en Ucrania. Pero en lugar de elaborar una nueva respuesta a esta referencia a los "planes mejor trazados" de los "no del todo genios" del Pentágono, de Whitehall, de Langley y de Foggy Bottom, citaré algunos párrafos de mi primer comentario sobre esta guerra:
Inicialmente creí que los líderes militares de la OTAN debían haber tenido una visión sobria, con mucha anticipación, de que su ejército delegado ucraniano de medio millón de efectivos, bien armado y entrenado según los estándares de la OTAN casi no tenía ninguna posibilidad de prevalecer en el campo de batalla contra Rusia.
Pero, al ver el video de drones de las fortificaciones ucranianas me convenció de que el cerebro militar de los EEUU, efectivamente, desdeñó al ejército ruso y a sus comandantes, en el curso de su preparación de ocho años en el campo de batalla del este de Ucrania.
Su vanidad los convenció de que los rusos se harían pedazos sin pensar contra una fuerza bien armada y atrincherada.
De hecho, estaban tan seguros de la genialidad de su plan que alentaron persuasivamente a muchos cientos de veteranos de la OTAN ahora asesinados o capturados a “compartir la gloria” de humillar a los rusos y derrocar al régimen de Putin de una vez por todas.
Se engañaron a sí mismos al creer que los rusos carecían de perspicacia estratégica y logística, una fuerza suficientemente bien entrenada y, posiblemente el mayor error de cálculo de todos, suficientes reservas de munición para llevar a cabo un conflicto prolongado de alta intensidad.
En resumen, he llegado a creer que los comandantes de los EEUU y de la OTAN, en realidad, se persuadieron a sí mismos de que esta "Madre de todos los ejércitos empoderados" tenía una excelente oportunidad de derrotar a los rusos en una batalla situada en su propio patio trasero.
En otras palabras, ignoraron siglos de historia europea y que, de alguna manera, se convencieron de que no tenían relevancia para sus aspiraciones del siglo XXI de derrotar militarmente a Rusia y de tomar el gran botín de sus recursos.
Desde Napoleón a Hitler hasta la amorfa entidad contemporánea que he denominado el culto al Imperio a toda costa, los aspirantes a señores imperiales han fantaseado con una Rusia que es intelectual, organizativa, cultural y, lo que es más importante, militarmente inferior a sus primos occidentales ilustrados. Y en todos los casos se ha demostrado que es un error de cálculo catastrófico.
Y sin embargo, aquí estamos de nuevo.
<suspiro>
El regreso inexplicablemente imprevisto de la guerra industrial
Moeini luego procede a reflexionar tendenciosamente sobre las posibilidades de que el imperio encuentre de alguna manera una manera de arrebatarle la victoria a las inexorables fauces de la derrota.
En primer lugar, imagina que las continuas entregas de armas occidentales a Ucrania pueden congelar el conflicto en un estado de estancamiento por desgaste a partir del cual se puede forjar algún tipo de victoria geopolítica. Aparentemente, él está entre aquellos hechizados por los mitos generalizados de doscientos mil rusos muertos y miles de tanques, vehículos y artillería destruidos, sin mencionar una Fuerza Aérea Rusa supuestamente impotente y casi invisible cuya flota, radicalmente disminuida, de aviones anticuados de la era soviética y que apenas tienen capacidad de combate; muy por debajo de los estándares, supuestamente elevados, de las legendarias armadas aéreas occidentales.
Él, como tantos otros en las abarrotadas filas de ostensiblemente "prudentes y mesurados expertos" occidentales, parece contemplar fila tras fila de reclutas rusos desmoralizados, mal entrenados, mal equipados, mal vestidos y mal alimentados, temblando de frío ante el terror de que otra serie ficticiamente inagotable de temibles ataques HIMARS esté a punto de hacerlos estallar a ellos y a sus camaradas demacrados en pedazos.
En un salto final de ridiculez, plantea las consecuencias de una escalada aún mayor en Occidente en forma de misiles de mayor alcance y de F-16 que podrían permitir a los ucranianos expulsar a las diezmadas fuerzas rusas del Donbass e incluso, eventualmente, expulsar de Crimea de sus ocupantes rusos.
De acuerdo con los imperativos ontológicos de una perspectiva arraigada en la incuestionable rectitud y el poder imperiales, no puede concebir que la intervención directa de la OTAN pueda resultar en una derrota catastrófica a manos de las fuerzas armadas convencionales rusas "obviamente inferiores", sino que solo se ve capaz de inquietarse por la posibilidad de que Rusia frente a la perspectiva de una humillación militar convencional:
…aumentaría drásticamente la probabilidad de un evento nuclear, dado que Moscú considera que proteger su bastión estratégico en el Mar Negro es un imperativo existencial.
Hay, como he señalado anteriormente y en otros lugares, verdaderos imperativos existenciales en juego en este conflicto, tanto para Rusia como para el imperio. Pero la diferencia esencial es que Rusia entró en este conflicto consciente de esa realidad y, contrariamente a las ilusiones mal informadas de casi todos en Occidente, los rusos estaban mucho mejor preparados para entablar un conflicto convencional prolongado que todos los militares atrofiados de la OTAN combinados.
Y ahora, después de un año completo de la guerra europea de mayor intensidad desde 1945, la economía rusa está, efectivamente, en pie de guerra. Las fábricas de armamento latentes de la era soviética han estado funcionando en turnos las 24 horas durante meses, produciendo todo tipo de armamento que el año anterior de combate ha demostrado ser más efectivo y en cantidades con las que los planificadores militares occidentales solo pueden soñar.
Los niveles de producción rusos en tiempos de guerra, junto con su ahora casi madura de movilización de medio millón de reservistas, prácticamente, todos ellos aún no comprometidos en el campo de batalla, proyecta el cuadro de un ejército ruso, sustancialmente, más potente de lo que era hace solo un año y cada vez más fuerte con cada mes que pasa. Cualquiera que continúe creyendo lo contrario, simplemente, ha sido ampliamente propagandizado por la omnipresente operación psicológica de la inteligencia occidental que ha operado sobre el principio cínico de que:
“Si no puedes ganar una guerra real, gana una imaginaria”.
Eso funciona satisfactoriamente bien siempre que la narrativa pueda perpetuarse de manera persuasiva. Pero las tropas, el equipo y las municiones imaginarias no ganan las guerras reales.
Mientras tanto, todo lo que podría haberse caracterizado como almacenes "excedentes" de la OTAN está casi agotado. Oh, sin duda, ha habido anuncios recientes de nuevas montañas de armamento de la OTAN que se enviarán a Ucrania: cientos de tanques occidentales incomparables, vehículos de combate de infantería, plataformas de artillería móvil y una larga lista de otros artículos diversos supuestamente ganadores de la guerra.
¡El Arsenal de la Democracia apenas comienza a mostrar sus músculos!
O eso dice la historia.
Sin embargo, después de un examen más detallado, la "montaña" de cosas asombrosas del oeste se revela como poco más que un modesto grano de arena de equipo, en su mayoría anticuado, junto con cantidades lamentablemente deficientes de munición adicional.
Para empeorar las cosas, en las semanas siguientes, lo que inicialmente se promocionaba como cientos de tanques se ha convertido en solo unas pocas docenas, la mayoría de ellos fuera de servicio desde hace mucho tiempo y que requieren de una reparación extensa para que sean aptos para el combate.
El “Arsenal de la Democracia” no es un músculo enorme esperando ser flexionado ante los ojos de un público global que se asombra fácilmente, es un espejismo.
Como describí la situación en un breve comentario publicado hace tres semanas:
El ejército estadounidense no está construido ni equipado para un conflicto prolongado de alta intensidad. Tampoco puede proporcionar a un ejército delegado agotado los medios para librar un conflicto prolongado de alta intensidad.
La realidad incontrovertible es que los EE UU y sus aliados de la OTAN, actualmente, son incapaces de satisfacer las demandas materiales masivas de la guerra industrial moderna. En su, articuló el teniente coronel (retirado) Alex Vershinin, también los reconoce, en este análisis esencial de junio de 2022: El regreso de la guerra industrial.
Y, sin embargo, la discusión pública sobre una guerra potencial siempre incluye voces convencidas que proclaman que, al igual que en la Segunda Guerra Mundial, la industria estadounidense podría aumentar rápidamente para producir armamento de calidad superior y en cantidades abrumadoras.
Esto estimula los prejuicios de los excepcionalistas estadounidenses en general y es una fantasía, particularmente, seductora de los drones del culto #EmpireAtAllCosts que hacen propaganda para obtener ganancias sucias en los innumerables "grupos de expertos" financiados por la industria armamentista en Washington y Londres.
Pero la idea de que el imperio en rápido declive puede resucitar a la banda "Arsenal of Democracy " para una última gira de despedida es una vanidad singularmente delirante.
Verá, a pesar de todo su saqueo masivo de las arcas públicas, la industria armamentista de los EEUU es, efectivamente, una boutique de lujo de escala modesta.
Construyendo la Bestia Perfecta
Aún más significativo, en un desarrollo que yo y muchos otros hemos predicho durante varios años, frente al ridículo casi universal, podría agregar que la cadena, aparentemente, interminable de errores del imperio impulsados por su arrogancia ha acelerado, rápidamente, la formación de lo que podría decirse que es la alianza militar/económica/geoestratégica más potente vista en los tiempos modernos: el eje tripartito de Rusia, China e Irán.
En su táctica equivocada y miope para frustrar el tan temido acercamiento ruso-alemán, incomprensiblemente evidenciado por el sabotaje de los gasoductos Nordstream a fines de septiembre de 2022, el imperio ha logrado, asombrosamente, saltar de la sartén de una guerra de poder regional contra Rusia en el fuego de un conflicto global que sus tres adversarios, cada vez más fuertes, ahora ven como existencial.
En mi opinión ponderada, es casi seguro que esta sea la serie de errores geopolíticos más inexplicables y portentosos de la historia registrada.
Por el momento, los combates seguirán confinados a Ucrania. Pero todo el aspecto de esta guerra se ha alterado irreversiblemente.
La inseguridad ontológica va a la guerra
Moeini luego procede a volverse tendenciosamente verborrágico sobre las compulsiones de la "inseguridad ontológica" bajo las cuales el imperio y sus vasallos, hasta ahora completamente adoctrinados, están trabajando debido a que Rusia ha actuado en contravención directa de los dictados del "orden internacional basado en reglas".
Adopta una afectación casi ridícula de “verdadero creyente” al caracterizar a los Estados Unidos como una “gran potencia ideológica”. En un éxtasis maniqueísta, implícitamente, afirma que la grandeza del actual orden hegemónico es un subproducto directo del “humanitarismo y del democratismo” que imagina que están en su núcleo.
Lamenta su convicción de que la “compulsión hacia la escalada” se deriva, directamente, de una Rusia imperdonablemente agresiva que ha interrumpido el “sentido unificado de orden y continuidad en el mundo”.
Luego concluye con esta notable floritura retórica:
A medida que comenzamos el segundo año de la guerra, muchos en Washington, finalmente, se dieron cuenta de que el resultado probable de esta tragedia está en un punto muerto: “Seguiremos tratando de inculcarles [a los líderes ucranianos] que no podemos hacer nada y todo para siempre”, dijo esta semana un alto funcionario de la administración de Biden. A pesar de todo lo que se habla de la agenda ucraniana, ella depende completamente del compromiso de la OTAN de continuar apoyando el esfuerzo de guerra de Kiev indefinidamente. Tal deseo maximalista de "victoria completa" no solo es altamente desgastante y sugestivo de otra guerra sin fin; sino que también es imprudente; su mismo éxito podría desencadenar un holocausto nuclear.
Moscú ya ha pagado un alto precio por sus transgresiones en Ucrania. Prolongar la guerra en este punto en una búsqueda ideológica de la victoria total es cuestionable tanto estratégica como moralmente. Para muchos internacionalistas liberales en Occidente, el clamor por una “paz justa” que castigue lo suficiente a Rusia, sugiere poco más que un deseo apenas velado de imponer una paz cartaginesa a Moscú. Occidente, ciertamente, ha herido a Rusia; ahora debe decidir si quiere dejar que esta herida empeore y conflagre al mundo entero. Porque a menos que a Moscú se le proporcione una rampa de salida razonable que reconozca el estatus de Rusia como una potencia regional con sus propios imperativos existenciales de seguridad estratégica y ontológica, ese es el precipicio hacia el que nos dirigimos.
Es un resumen impresionante de las transgresiones analíticas de esta expresión arquetípica del excepcionalismo imperial estadounidense.
Responderé a los más notables entre ellos:
El “resultado probable” de esta guerra no es un “punto muerto”. Más bien, es el escenario casi seguro de que Rusia aniquile, efectivamente, a la fuerza militar híbrida OTAN/Ucraniana que se aferra a la existencia a lo largo de la línea de contacto actual para que luego dicte nuevas fronteras consistentes con la concepción rusa de una “profundidad estratégica” satisfactoria.
La noción de que los EE UU/OTAN puede “seguir apoyando el esfuerzo bélico de Kiev indefinidamente” es una presunción delirante. Como he escrito arriba y en otros lugares:
El ejército estadounidense no está construido ni equipado para un conflicto prolongado de alta intensidad. Tampoco puede proporcionar a un ejército delegado agotado los medios para librar un conflicto prolongado de alta intensidad.
Aumentar el grado de intervención de los EEUU en esta guerra no es imprudente porque corre el riesgo de acorralar a los rusos en un rincón desde el que se sentirán obligados a utilizar armas nucleares; sino más bien, porque frente a las pérdidas catastróficas de la OTAN en tierra y en el aire de un conflicto convencional, el gobierno de los los Estados Unidos muy bien podría encontrarse tan desesperadamente humillado que cederá a las tentaciones del culto Imperio a toda costa para lanzarse audazmente al abismo nuclear.
El mito persistente de la debilidad rusa
Moeini imagina que “Moscú ya ha pagado un alto precio por sus transgresiones en Ucrania”.
Sin duda, Rusia ha sufrido pérdidas en esta guerra. Agregando todos los componentes principales del esfuerzo militar ruso hasta el momento (regulares rusos, milicias de Donbass, CM Wagner y regimientos de voluntarios chechenos), es muy probable que los rusos hayan sufrido unos veinticinco mil muertos y en el doble de heridos.
En el otro lado de la balanza, ahora es casi seguro que las Fuerzas Armadas de Ucrania han sufrido más de doscientos mil muertos y al menos el doble de heridos irrecuperables.
¡Es Ucrania la que ha pagado un alto precio por las transgresiones del imperio en su vano intento de herir mortalmente a Rusia!
Utilizando una estrategia resuelta de "economía de fuerza" durante todo un año, tanto en la ofensiva como en la defensiva, los rusos han infligido la tasa de bajas más desproporcionada de cualquier guerra importante en los tiempos modernos.
Contrariamente a las alucinaciones impulsadas por la propaganda de la abrumadora mayoría de los analistas militares occidentales, así como de un número sorprendentemente grande de críticos rusos de Putin, del Kremlin y del Ministerio de Defensa ruso; sigo completamente convencido de que los futuros historiadores y profesores universitarios de guerra van a aclamar el último año de operaciones militares rusas como la campaña de combate urbano a gran escala más impresionante jamás vista. Será estudiado con admiración durante los siglos venideros.
Mientras tanto, hasta medio millón de efectivos de combate rusos permanecen sin comprometer en el teatro, una mezcla de veteranos de batalla y reservas movilizadas. Han sido abundantemente equipados con los mejores blindados, vehículos y potencia de fuego que se han desplegado del lado ruso en esta guerra.
Más de 700 aviones de alas rotativos y de ala fija están dispersos a una distancia de ataque del frente.
La producción de armamentos rusos ha demostrado que todos los detractores de los think tanks imperiales están equivocados. Han movilizado su capacidad de fabricación latente pero masiva en una medida tan impresionante que Occidente tardaría al menos cinco años y, más probablemente una década, en “ponerse al día”.
La verdad sin adornos del asunto es que EEUU/OTAN, simplemente, no puede y, seguramente, no ganará esta guerra.
El momento de mayor peligro
Moeini concluye su tratado reflexionando que “a menos que a Moscú se le proporcione una rampa de salida razonable que reconozca el estatus de Rusia como potencia regional con sus propios imperativos existenciales de seguridad estratégica y ontológica”, el mundo se encuentra al borde de un holocausto nuclear.
Con razón teme una calamidad nuclear, pero atribuye erróneamente la fuente del riesgo.
Es el imperio el que necesita, desesperadamente, una rampa de salida en este punto. Los potentados imperiales imaginaron para sí mismos un mundo en el que comandaban la única “gran potencia” del planeta. Al descartar casualmente la fuerza relativa de los poderes civilizatorios a quienes han convertido en enemigos mortales (Rusia, China y Persia), ahora han enviado a la civilización occidental a una crisis ontológica y existencial de su propia creación.
Traducción y notas: Carlos Pissolito
Notas:
(1) Se denomina jingoísmo al nacionalismo exaltado partidario de la expansión violenta sobre otras naciones. Se trata de una forma de imperialismo, en la forma de patriotismo extremo que justifica una política exterior agresiva. El término jingoism fue acuñado por el radical George Holyoake en una carta al periódico británico "The Daily News" el 13 de marzo de 1878.
(2) Beltway de Washington: es una expresión que hace referencia al espacio que se encuentra dentro de la autopista de circunvalación de la ciudad de Washington, D,C. y que engloba a sus principales centros de poder.
(3) Escila y Caribdis son dos monstruos marinos de la mitología griega situados en orillas opuestas de un estrecho canal de agua, tan cerca que los marineros intentando evitar a Caribdis terminarían por pasar muy cerca de Escila y viceversa.
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